Sesión 10: Jesús, el Mesías, nace en Belén
¿Cuál es el mejor negocio de este mundo?
Es ésta una buena pregunta que el catequista puede dirigir a los niños. Después de que hayan hablado ofreciendo sus respuestas, se les puede dar una: comprar a una persona por lo que vale y venderla por lo que cree que vale. Con mucha frecuencia, los hombres nos consideramos mucho mejor de lo que somos y tendemos a despreciar a los demás. La soberbia o el orgullo nos ciegan. Agrandamos nuestros virtudes y estamos ciegos para ver los defectos. Vemos la mota de polvo que hay en el ojo del prójimo y no advertimos la paja que hay en el nuestro.
¿Cuál es el peor negocio de este mundo? El que ha hecho Jesucristo, quien siendo Dios ha querido encarnarse, es decir, hacerse hombre, haciéndose semejante a nosotros en todo excepto en el pecado. Él nos ha entregado su Vida, convirtiéndonos en Hijos de Dios, mientras que a cambio ha recibido nuestra pobre condición humana, sujeta a la enfermedad y a la muerte.
En realidad, Jesús no ha venido a la Tierra para hacer un negocio, sino para salvarnos a todos. Ese ha sido para nosotros el mejor negocio del mundo, puesto que siendo hombres estamos invitados a tener una Vida eterna de felicidad en el Cielo.
Él nos abre las puertas del Cielo y en cambio nosotros le dejamos nacer en un establo. Porque ésta es otra maravilla, el que Dios haya querido nacer en un establo. Jesús es Dios. Luego Dios nació en un establo.
Le envolvieron en unos pañales y le recostaron en un pesebre, una "cuna" improvisada en la que habitualmente comían los animales. Los pesebres suelen estar en los establos, lugar donde viven los animales.
Deberíamos estar maravillados ante este hecho extraordinario. Dios ha nacido en un establo. ¿Es éste el nacimiento que le conviene a Dios?
Un niño le preguntó a su padre: "Papá, ¿por qué nació Jesús en un establo?" He aquí una pregunta difícil de contestar. Hay muchas razones para responder a ella y algunas de ellas son contradictorias o por lo menos parecen incompatibles.
Dios es omnipotente y pudo nacer como quiso. Si lo hizo en Belén y en un establo, eso es precisamente lo que quiso. Nació en Belén porque le dio la gana. He aquí una respuesta que tiene un importante fundamento: desde el momento en que nació en un establo, estamos ante una lección de Dios a la Humanidad. Una lección de humildad, de sencillez, de pobreza, de solidaridad, de esperanza. Qué bien nos viene rezar y contemplar el misterio de Dios nacido en un establo. Nunca agotaremos la riqueza que se encierra en él.
Si Jesús quiso nacer en un establo, también tenemos que admitir que ése es el nacimiento que le convenía a Dios.
Sin embargo, ¿es absolutamente cierto que Dios quiso nacer en un establo? ¿No es más exacto decir que Dios nació en un establo porque sus padres no encontraron otro lugar mejor para que Jesús viniera al mundo?
San Juan explica que el Verbo "vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11). Palabras terribles que nos ponen ante la realidad: Dios hubiera querido otro nacimiento para su Hijo, puesto que hubiera deseado que "los suyos" le hubieran acogido. Si le hubiera recibido en sus casas, no habría sido necesario ir a nacer en un establo.
¿Quiénes son "los suyos"?
Los suyos pueden ser en primer lugar los descendientes de David. José fue a empadronarse a Belén, porque ésta era la ciudad de David. Si José se presentó ante estos parientes para que ellos dieran cabal cumplimiento a las promesas mesiánicas, el caso es que ellos "no le recibieron".
Los suyos son también los habitantes de Belén. María y José buscaron un ambiente adecuado, una casa que les pudiera albergar, pero no lo encontraron. "No había lugar para ellos en la posada", dice lacónicamente san Lucas.
Los suyos son los israelitas, que no le recibieron.
Los suyos son los hombres, que siguen sin recibirle.
Los suyos somos nosotros, que tantas veces no le recibimos. Esperamos en Dios, buscamos su cercanía, pero muchas veces cuando Él viene a nosotros no tenemos lugar para Él y le alejamos de nuestras casas y de nuestros corazones.
En definitiva, Dios quiso nacer en un establo para que nos demos cuenta de que no había para Él otro lugar en el que nacer. No le dejamos sitio. No queremos que Él reine entre nosotros. Así que Dios sigue naciendo en nuestros días en un establo.
Es ésta una buena pregunta que el catequista puede dirigir a los niños. Después de que hayan hablado ofreciendo sus respuestas, se les puede dar una: comprar a una persona por lo que vale y venderla por lo que cree que vale. Con mucha frecuencia, los hombres nos consideramos mucho mejor de lo que somos y tendemos a despreciar a los demás. La soberbia o el orgullo nos ciegan. Agrandamos nuestros virtudes y estamos ciegos para ver los defectos. Vemos la mota de polvo que hay en el ojo del prójimo y no advertimos la paja que hay en el nuestro.
¿Cuál es el peor negocio de este mundo? El que ha hecho Jesucristo, quien siendo Dios ha querido encarnarse, es decir, hacerse hombre, haciéndose semejante a nosotros en todo excepto en el pecado. Él nos ha entregado su Vida, convirtiéndonos en Hijos de Dios, mientras que a cambio ha recibido nuestra pobre condición humana, sujeta a la enfermedad y a la muerte.
En realidad, Jesús no ha venido a la Tierra para hacer un negocio, sino para salvarnos a todos. Ese ha sido para nosotros el mejor negocio del mundo, puesto que siendo hombres estamos invitados a tener una Vida eterna de felicidad en el Cielo.
Él nos abre las puertas del Cielo y en cambio nosotros le dejamos nacer en un establo. Porque ésta es otra maravilla, el que Dios haya querido nacer en un establo. Jesús es Dios. Luego Dios nació en un establo.
Le envolvieron en unos pañales y le recostaron en un pesebre, una "cuna" improvisada en la que habitualmente comían los animales. Los pesebres suelen estar en los establos, lugar donde viven los animales.
Deberíamos estar maravillados ante este hecho extraordinario. Dios ha nacido en un establo. ¿Es éste el nacimiento que le conviene a Dios?
Un niño le preguntó a su padre: "Papá, ¿por qué nació Jesús en un establo?" He aquí una pregunta difícil de contestar. Hay muchas razones para responder a ella y algunas de ellas son contradictorias o por lo menos parecen incompatibles.
Dios es omnipotente y pudo nacer como quiso. Si lo hizo en Belén y en un establo, eso es precisamente lo que quiso. Nació en Belén porque le dio la gana. He aquí una respuesta que tiene un importante fundamento: desde el momento en que nació en un establo, estamos ante una lección de Dios a la Humanidad. Una lección de humildad, de sencillez, de pobreza, de solidaridad, de esperanza. Qué bien nos viene rezar y contemplar el misterio de Dios nacido en un establo. Nunca agotaremos la riqueza que se encierra en él.
Si Jesús quiso nacer en un establo, también tenemos que admitir que ése es el nacimiento que le convenía a Dios.
Sin embargo, ¿es absolutamente cierto que Dios quiso nacer en un establo? ¿No es más exacto decir que Dios nació en un establo porque sus padres no encontraron otro lugar mejor para que Jesús viniera al mundo?
"Los suyos no le recibieron" |
¿Quiénes son "los suyos"?
Los suyos pueden ser en primer lugar los descendientes de David. José fue a empadronarse a Belén, porque ésta era la ciudad de David. Si José se presentó ante estos parientes para que ellos dieran cabal cumplimiento a las promesas mesiánicas, el caso es que ellos "no le recibieron".
Los suyos son también los habitantes de Belén. María y José buscaron un ambiente adecuado, una casa que les pudiera albergar, pero no lo encontraron. "No había lugar para ellos en la posada", dice lacónicamente san Lucas.
Los suyos son los israelitas, que no le recibieron.
Los suyos son los hombres, que siguen sin recibirle.
Los suyos somos nosotros, que tantas veces no le recibimos. Esperamos en Dios, buscamos su cercanía, pero muchas veces cuando Él viene a nosotros no tenemos lugar para Él y le alejamos de nuestras casas y de nuestros corazones.
En definitiva, Dios quiso nacer en un establo para que nos demos cuenta de que no había para Él otro lugar en el que nacer. No le dejamos sitio. No queremos que Él reine entre nosotros. Así que Dios sigue naciendo en nuestros días en un establo.
En Belén, Jesús nos da muchas enseñanzas. Nos enseña que ha querido ser pobre y que quiere especialmente a los pobres. Nos enseña también que ha venido a sufrir y que nos salvará con su sufrimiento.
¿Qué es lo primero que hace un bebé en el momento de nacer?
Existe una palabra específica para ello: el vagido, es decir, el gemido o llanto propio del recién nacido. Tiene algo de grito estridente. Está causado por el dolor que produce la expansión de las pleuras pulmonares, que se hinchan como un globo con la primera respiración. Eso es muy doloroso. Y el niño grita con todas sus fuerzas.
A mí me gusta considerar que el primero y el último de los actos de Jesús sobre la Tierra fueron precisamente un grito. Desde ese momento, para que no nos quepan dudas de sus intenciones, Jesús se solidariza con todos los hombres y las mujeres que sufren, cualesquiera que sean las razones o la naturaleza de ese sufrimiento.
Ese grito es tan poderoso -es el grito del Hijo de Dios- que " traspasará las nubes y no reposará hasta que llegue, ni se retirará hasta que el Altísimo le mire" (Ecl 35, 20). Ese grito no ha dejado de resonar, porque se ha unido a las angustias de cada generación. Jesús grita en nosotros. Nos pide que también nosotros gritemos con Él y con todos cuantos sufren. Ese grito es todopoderoso.
Grita: "Basta ya" para que cese el mal en el mundo, para que los corazones de piedra se rompan y se conviertan. El dolor se convierte en gozo al saber que es un grito eficaz.
Existe una palabra específica para ello: el vagido, es decir, el gemido o llanto propio del recién nacido. Tiene algo de grito estridente. Está causado por el dolor que produce la expansión de las pleuras pulmonares, que se hinchan como un globo con la primera respiración. Eso es muy doloroso. Y el niño grita con todas sus fuerzas.
A mí me gusta considerar que el primero y el último de los actos de Jesús sobre la Tierra fueron precisamente un grito. Desde ese momento, para que no nos quepan dudas de sus intenciones, Jesús se solidariza con todos los hombres y las mujeres que sufren, cualesquiera que sean las razones o la naturaleza de ese sufrimiento.
Ese grito es tan poderoso -es el grito del Hijo de Dios- que " traspasará las nubes y no reposará hasta que llegue, ni se retirará hasta que el Altísimo le mire" (Ecl 35, 20). Ese grito no ha dejado de resonar, porque se ha unido a las angustias de cada generación. Jesús grita en nosotros. Nos pide que también nosotros gritemos con Él y con todos cuantos sufren. Ese grito es todopoderoso.
Grita: "Basta ya" para que cese el mal en el mundo, para que los corazones de piedra se rompan y se conviertan. El dolor se convierte en gozo al saber que es un grito eficaz.
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